Cuando nuestra compañera Cristina Baigorri entra en una de las tiendas de Dulce Safari, percibe de inmediato que no pisa una cafetería cualquiera. Ella lo resume con una frase que se deslizó nada más empezar la conversación: “En los viajes solemos seguir anécdotas y sabores nuevos, pero a veces regresamos con un verdadero proyecto empresarial”. Y eso fue lo que le ocurrió a Rafael Salinas, fundador de una marca que hoy no deja de crecer.
La historia empieza en Tanzania, con un viaje que él recuerda como un punto de inflexión. En la entrevista, Cristina le pregunta qué pasó allí. Rafael responde con naturalidad: “Tenía muchas ganas de emprender. Lo único que me faltaba era definir el cómo y el cuándo”. Mientras recorría la sabana africana, descubrió esa chispa que aún no encontraba en Madrid. “Viendo a los animales de la sabana y todo lo que es lo majestuoso de África, vi que podía tener sentido darle un contexto africano al negocio”, explica. Esa escena, sencilla pero reveladora, sembró la semilla de Dulce Safari.
Ese concepto empezó a tomar forma muy rápido. No quería una cafetería al uso. Quería un lugar con alma. Un sitio que contara algo. Un espacio donde la gente entrara por curiosidad y volviera por el sabor, la estética y la experiencia. “Buscaba crear algo más que una cafetería. Quería una experiencia reconocible”, comenta.
Hoy, ese impulso inicial se ha convertido en una cadena que supera la decena de establecimientos entre Madrid, Córdoba y Sevilla. Y no solo eso: el proyecto acaba de lograr un reconocimiento clave. Rafael Salinas ha sido galardonado con el Premio Madrid Emprende Joven Empresario de AJE Madrid, un hito que consolida la trayectoria meteórica de su marca.
Una marca que crece sin perder esencia
Cuando Cristina Baigorri le pregunta qué ha supuesto este cambio de vida, Rafael no duda. El proyecto lo ha transformado todo. “Seguimos trabajando como el primer día. Miro poco lo que pasó ayer. Pienso en lo que tiene que pasar mañana”, dice. En apenas dos años y medio, Dulce Safari pasó de un solo local a más de diez. Y ese crecimiento no se produjo de forma aleatoria. Rafael repite el concepto que guía cada paso: crecer con sentido.
Él mismo lo explica con transparencia en la nota de prensa oficial: “No buscamos franquiciados al uso, sino personas con las que construir un proyecto sólido y de calidad”. Su visión no se centra solo en abrir tiendas. Se centra en elegir las correctas, rodearse de equipos comprometidos y cuidar cada detalle del producto. El resultado es una identidad clara, fuerte y reconocible.
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La marca nació con una especialización evidente: las tartas de queso. Y ese producto se convirtió en un imán. A un mes de abrir, fueron finalistas a la mejor tarta de queso de Madrid 2023, un impulso que aceleró la expansión. La Jirafa, su tarta tradicional, se convirtió en un símbolo. A partir de ahí, el universo Dulce Safari creció sin perder coherencia.
Cada tarta adopta el nombre de un animal. Y esa decisión estética no es casual. “La tarta tradicional lleva el nombre de la Jirafa, y es nuestro producto estrella. Por eso también se convirtió en el icono de la marca”, cuenta Rafael. En la entrada de cada tienda, una jirafa verde de dos metros recibe a los clientes. Ese toque visual no solo impacta. También fija la marca en la memoria del visitante.
“Me parece un animal majestuoso. No es agresivo y transmite belleza”, señala durante la conversación. La jirafa se transformó en símbolo, en elemento decorativo y en referencia inmediata cuando alguien escucha el nombre Dulce Safari.
Las tiendas como escenarios de vida
Uno de los momentos más interesantes de la entrevista ocurre cuando Rafael reconoce que disfruta observando lo que sucede en sus tiendas. Lo dice con una sonrisa: “Me gusta ver que pasan cosas”. Ha visto entrevistas de trabajo, primeras citas, conversaciones difíciles y celebraciones improvisadas. Dentro de estos locales, la vida se despliega con naturalidad.
Esa mirada revela un dato importante: Dulce Safari no vende solo tartas de queso. Vende un espacio. Un ambiente donde apetece quedarse. Un lugar que combina café orgánico, brunch, bollería, tartas icónicas y un diseño cuidado. Un sitio que otros eligen como fondo de sus propios momentos.
Ese carácter vivo explica por qué Dulce Safari funciona como un escenario emocional. La estética juega un papel clave, pero lo que sostiene la experiencia es el sabor. Ese vínculo entre gusto y memoria, entre lo dulce y las sensaciones, aparece en varios momentos de la conversación entre Cristina y Rafael.
Ella lo define así: “Es un escenario donde el paladar está asociado al placer”. Él no lo discute. Lo confirma con hechos, con cartas que combinan brunch, bowls, pizzetas, wraps, sándwiches y bebidas. Y con una selección de tartas que cada vez atrae a más seguidores.
El viaje gastronómico de Dulce Safari
El menú de Dulce Safari no se limita a su postre estrella. Aunque las tartas de queso dominen la conversación y la identidad de la marca, la oferta es más amplia. Su propuesta se describe como Cheesecake, Coffee & Bakery, Brunch. Cocina non stop, sabores internacionales y un estilo que remite al viaje que lo originó.
La carta incluye:
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Bowls de yogurt o açai
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Bollería recién hecha
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Ensaladas, wraps y tostas
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Sándwiches Masaïs
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Pizzetas Karibu
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Smoothies, batidos y café orgánico de tueste español
Y, por supuesto, las tartas de queso, que se han convertido en favoritas de celebrities e influencers. Georgina Rodríguez, Mar Flores o Pablo Alborán ya han compartido fotos disfrutándolas, algo que ha impulsado aún más la presencia digital de la marca.
Pero más allá de las fotos, lo que enamora al público es el sabor. En la entrevista, Cristina lanza la pregunta obligada: “¿Cuál es tu tarta favorita?”. Rafael ríe y responde rápido: La Leona. “Es de chocolate Kinder. Te tiene que apetecer ese punto dulce”, explica. Usa una mezcla con praliné, chocolate blanco y avellana. La describe con cariño. Es dulce, intensa y muy popular.
Aunque el público tiene otras favoritas. La más vendida es la tarta tradicional, la Jirafa. En segundo lugar está la Tortuga, de pistacho. También destacan la Cigüeña, de chocolate blanco; la Pantera, con Nutella; y la Gacela, con galleta lotus.
Rafael aporta una reflexión que deja un buen cierre: “La tarta de queso es como las croquetas. Cada uno tiene su manera favorita”. Para algunos, más hecha. Para otros, más fluida. Con más dulzor, con menos galleta o con toques más intensos. “Son las croquetas de los postres”, afirma entre risas.
Del marketing a la pastelería: un giro de vida inesperado
Aunque la cocina siempre le gustó, Rafael procede del mundo del marketing. Ahí pasó años hasta que sintió que necesitaba algo distinto. No venía de la hostelería profesional. No tenía una trayectoria culinaria clásica. Pero sí tenía inquietud, curiosidad y ganas de emprender.
Incluso se presentó al casting de MasterChef. Llegó al final, pero no entró en el programa. Y lejos de desanimarse, eso lo impulsó. “Fue el impulso que necesitaba. No necesito el programa para darle forma a mi concepto”, reconoce. Luego vino el viaje a Tanzania. Y después, la alineación de un proyecto que lo cambió todo.
Ese contraste entre perfiles —un profesional del marketing que crea una marca gastronómica— ayuda a entender por qué Dulce Safari posee una estética tan cuidada. Todo tiene intención. Todo sigue una línea. No hay improvisación.
Un premio que impulsa la siguiente etapa
El Premio Madrid Emprende Joven Empresario llega en un momento perfecto para la marca. El reconocimiento, otorgado por AJE Madrid, distingue a quienes demuestran capacidad innovadora y visión. En su discurso oficial, Rafael lo deja claro: “Hoy celebramos, pero mañana volvemos al obrador”.
La expansión no se detiene. El plan a cinco años incluye llevar Dulce Safari a otros países, ampliar el equipo y reforzar el área de eventos. Este último segmento crece rápido y atrae tanto a empresas como a particulares. Dulce Safari está presente en cumpleaños, celebraciones privadas y eventos corporativos. Para Rafael, esta línea de negocio es una de las más prometedoras.
Cuando Cristina le pregunta dónde se ve en cinco años, él no duda. Se ve fuera de España, abriendo nuevas rutas. Y se ve rodeado de un equipo grande, sólido y estable. Un equipo que sostenga el ritmo de crecimiento y mantenga la calidad del producto artesanal.
Un proyecto que enamora por dentro y por fuera
La conversación entre Cristina Baigorri y Rafael Salinas deja claro que Dulce Safari no es un proyecto improvisado. Es una marca pensada, mimada y trabajada cada día. Una idea que nació en África, creció en Madrid y ahora mira al mundo.
Y lo hace con un producto que se ha vuelto icónico. Con tartas que ya forman parte de los antojos de muchos madrileños. Con cafés que invitan a detenerse. Y con un universo estético que convierte cada local en un pequeño viaje.
Dulce Safari no es una moda. Es una marca que ha sabido definir estilo, sabor y propósito. Y ese equilibrio la convierte en una de las propuestas gastronómicas más interesantes del panorama actual.
Cristina lo resume al despedirse: “Viva Dulce Safari. Viva Tanzania. Y bienvenido sea el cambio de vida”. Y ese cambio, en manos de Rafael, promete seguir dando mucho que hablar.
WEB: dulcesafari.com



