La fascinante historia detrás del palacio
El palacio del Marqués de Amboage en Madrid no es solo una mansión; es una vivencia a través del tiempo y opulencia. El ilustre don Ramón Plá Monge, quien acumuló una vasta fortuna en Cuba, fue el primero en sentar las bases de este linaje aristocrático en Madrid. Al instalarse en 1860, se casó en segundas nupcias con doña Faustina Peñalver y Faueste. De esta unión nació Fernando Plá Peñalver, quien más tarde heredaría no solo el título de marqués, sino también la responsabilidad y el deseo de construir un hogar que reflejara la grandeza de su apellido.
Fernando, junto a su esposa Sofía Ruiz Pelayo, decidieron dar vida a una residencia en la exclusiva área del Ensanche de Salamanca. El palacio debía ser un reflejo del prestigio y la influencia de la familia en la sociedad madrileña del siglo XX. Eligieron a Joaquín Rojí como arquitecto, quien comenzó las obras en un terreno de 8000 metros cuadrados, seguro de que cada ladrillo hablaría de su riqueza.
Arquitectura que desafía el paso del tiempo
Con un diseño que fusiona un neobarroco francés y detalles eclécticos, el palacio del Marqués de Amboage se erige como una obra maestra. Este edificio ocupa una manzana entera, rodeado de hermosos jardines que no solo sirven como refugio de la vida exterior, sino que también refuerzan la exclusividad de esta suntuosa residencia.
El acceso principal al palacio, diseñado por Rojí, hace un juego majestuoso de luces y sombras. Un emblema ‘MA’ marca la entrada, ubicada en la esquina de la calle Lagasca, coronando una puerta metálica entre columnas jónicas. Un camino de carruajes conduce al pórtico central acristalado y, al cruzarlo, se accede a un vestíbulo rotundo cubierto con una cúpula sostenida por columnas exentas. A cada lado, la nobleza del diseño continúa, revelando el salón con una galería exterior y una espléndida escalera de honor. Esta última, con peldaños de mármol y una ricamente ornamentada barandilla de hierro forjado y bronce, se baña con la luz de una majestuosa vidriera.
Un interior lleno de historia
Dentro de estas paredes se despliega un mundo de lujo. El gran salón y el comedor ofrecen un despliegue de arte y elaborados detalles, como pilastras, espejos y chimeneas de mármol. Al fondo, un invernadero, o serre, decorado con esculturas y fuentes, ofrece una antesala al jardín que parece extraído de un cuento.
El comedor de gala, una vez escenario de suntuosos banquetes, completa el dibujo de esplendor de esta residencia. Esta área ha sido testigo de incontables eventos sociales que reunieron a la élite de Madrid, resonando con susurros del pasado aristocrático.
De mansión aristocrática a embajada de Italia
Con el paso de los años, y particularmente desde 1939, el palacio del Marqués de Amboage ha encontrado un nuevo propósito al convertirse en la sede de la embajada de Italia. Así, lo que alguna vez fue un símbolo exclusivo de poder aristocrático ha evolucionado para ser un puente diplomático entre dos naciones.
La embajada italiana, gracias a este valioso inmueble, continúa su misión diplomática desde una estructura que no solo representa sus intereses, sino también la historia compartida y la conexión cultural entre Italia y España. El palacio ahora sirve como un recordatorio tangible del esplendor de épocas pasadas y la continuidad de su legado en la actualidad.
Un legado que trasciende generaciones
El palacio del Marqués de Amboage no es solo un edificio; es un testamento a las aspiraciones, el arte y la historia que se forjaron en cada rincón de su construcción. Desde el deseo de Fernando Plá y su esposa de dejar huella en la historia de Madrid, hasta su rol actual como parte del tejido diplomático, el palacio encarna una narrativa rica en significado.
Puede que aquellos días de gloria aristocrática hayan pasado, pero su legado permanece impreso en cada piedra y ornamentación del palacio. Un ejemplo majestuoso de cómo la arquitectura puede no solo reflejar un periodo, sino también adaptarse y encontrar nuevos significados a través de los años.
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