La Calle del Desengaño no impresiona por su tamaño. Apenas supera los 200 metros. Sin embargo, pocas calles de Madrid concentran tanta carga simbólica, histórica y literaria en tan poco espacio. Es una vía corta, discreta y algo escondida, pero también una de las más sugerentes del centro.
Caminar por Desengaño es hacerlo entre leyendas, cambios de nombre, conventos desaparecidos, atentados olvidados y episodios culturales que marcaron época. Todo ello, además, a un paso de la Gran Vía, ese escaparate que muchas veces eclipsa lo que ocurre justo al lado.
Una calle pequeña con vocación de frontera
La calle del Desengaño se sitúa en el distrito Centro, dentro del barrio de Universidad. Conecta la calle de Valverde con la plaza de Soledad Torres Acosta, muy cerca de la calle del Barco y de la Ballesta. Su trazado discurre casi en paralelo a la Gran Vía, aunque su ambiente resulta radicalmente distinto.
Mientras la Gran Vía mira al ruido, Desengaño conserva un aire más íntimo. Es una calle de tránsito local, de vecinos y de historias que no necesitan escaparates.
Su anchura, tanto de calzada como de aceras, refuerza esa sensación de proximidad. Todo queda cerca. Todo se oye. Todo se intuye.
Un nombre que no siempre fue el mismo
El nombre de la calle no ha sido estable. En el plano de Teixeira de 1656 aparece ya como calle del Desengaño, aunque también figura como calle de los Basilios. Esa doble denominación no es casual.
Durante siglos, la presencia del convento de San Basilio marcó la identidad del entorno. Por ese motivo, la calle adoptó durante un tiempo el nombre de calle de los Basilios. Sin embargo, el término “Desengaño” terminó imponiéndose, cargado de un simbolismo que todavía hoy despierta curiosidad.
Además, la calle fue más larga en sus orígenes. Llegaba hasta Fuencarral, pero perdió ese tramo con la construcción del edificio de Telefónica en los años veinte del siglo XX. La modernidad recortó su pasado sin pedir permiso.
Conventos, exclaustraciones y cambios de uso
Durante el siglo XVII, la zona se llenó de instituciones religiosas. El convento de San Basilio se trasladó aquí en 1611, procedente de las afueras de Madrid. A su alrededor se articuló buena parte de la vida del barrio.
Más adelante, con las exclaustraciones impulsadas en el siglo XIX, el edificio cambió de función varias veces. Fue parroquia, cuartel, bolsa de comercio y, finalmente, espacio teatral e industrial. Esta sucesión de usos resume bien la historia urbana de Madrid.
La calle del Desengaño nunca fue estática. Siempre se adaptó a lo que la ciudad necesitaba.
Un atentado que hoy casi nadie recuerda
En 1843, la calle fue escenario de un episodio violento que hoy apenas se menciona. La noche del 6 de noviembre se produjo un atentado contra la berlina del general Narváez. El ataque acabó con la vida de su ayudante y dejó herido a un joven acompañante.
Narváez salió ileso, pero el suceso evidenció la tensión política del momento. Desengaño, aunque pequeña, también participó de los conflictos del siglo XIX. Ni siquiera las calles discretas quedan al margen de la historia.
La mirada de Mesonero Romanos
Ramón de Mesonero Romanos, uno de los grandes cronistas de Madrid, describió con detalle este entorno. En sus textos aparece la calle como un espacio modesto, sin grandes alardes arquitectónicos, pero lleno de vida y significado.
Mesonero destacó la convivencia entre edificios religiosos, usos civiles y espacios transformados por la ciudad liberal. Su descripción permite entender cómo Desengaño actuó como una calle de transición entre el Madrid conventual y el Madrid moderno.
La leyenda que explica su nombre
Como ocurre con muchas calles del casco antiguo, el origen del nombre se rodea de leyenda. La tradición popular habla de un episodio protagonizado por el Caballero de Gracia y un misterioso encuentro nocturno.
Según el relato, una sombra cubierta por un velo y seguida por un zorro condujo a dos rivales hasta una tapia. Allí descubrieron una momia. La reacción fue inmediata: “¡Qué desengaño!”. A partir de ahí, la calle adoptó ese nombre tan poco habitual.
Existen otras versiones, igual de poco verificables, que relacionan la leyenda con conspiraciones políticas durante el reinado de Felipe II. La calle asumió el mito como identidad, aunque nadie pudiera demostrarlo.
Goya y la vida cotidiana en Desengaño
Entre los vecinos más ilustres de la calle destaca Francisco de Goya. El pintor vivió en el número 1 entre 1779 y 1800, una etapa clave de su vida personal y artística.
En esta calle murió su esposa y nació su único hijo superviviente. Además, en el número 17 vivió quien fue su compañera en los últimos años. Desengaño formó parte del mundo íntimo de Goya, lejos de los salones oficiales.
Esta etapa inspiró incluso una novela histórica publicada en el siglo XX. La calle dejó huella en la cultura más allá de su trazado urbano.
De la historia al imaginario televisivo
En el siglo XXI, la calle del Desengaño alcanzó una nueva popularidad gracias a la televisión. La serie Aquí no hay quien viva utilizó esta calle como referencia para situar la famosa comunidad de vecinos.
Aunque el edificio no existe como tal, el nombre quedó asociado para siempre a la ficción. Muchos visitantes todavía buscan el portal imaginario, mezclando realidad y televisión.
Este fenómeno demuestra cómo una calle puede reinventarse sin perder su pasado. Desengaño pasó de leyenda medieval a icono pop.
Una calle que resiste al ruido
Hoy, la calle del Desengaño mantiene un equilibrio peculiar. Conviven bares, viviendas, pequeños negocios y el trasiego nocturno del entorno. La proximidad de la Gran Vía y de Malasaña se nota, pero no lo invade todo.
No es una calle monumental. Tampoco pretende serlo. Su valor reside en la acumulación de capas, en lo que fue y en lo que sigue siendo.
Desengaño no se impone. Se descubre.
Quizá por eso sigue despertando interés. Porque representa ese Madrid que no se muestra de inmediato, pero que recompensa al que se detiene a mirar. Una calle corta, sí. Pero con una historia sorprendentemente larga.

