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Hilos que cuentan siglos la Real Fábrica de Tapices a través de la mirada de Marta Caldevilla

Entrar en la Real Fábrica de Tapices de Madrid es vivir una paradoja deliciosa. Por un lado, uno siente que cruza un umbral hacia el pasado. El olor a lana teñida, el crujir de los telares y la concentración de los artesanos transportan de inmediato a otros siglos. Pero al mismo tiempo, la energía que fluye allí es presente puro: un taller vibrante donde el oficio se conserva y se reinventa, con la misma vigencia que hace trescientos años. No es un museo, aunque la historia impregne cada esquina. Es un espacio donde se fabrica belleza y se transmite un legado.

Ese contraste quedó plasmado en la entrevista que Cristina Baigorri, voz de Look4deco podcast, realizó a Marta Caldevilla, técnico superior en arte textil y tejedora de la casa. Su conversación se convirtió en una ventana privilegiada a un mundo donde la paciencia, la precisión y el amor por el oficio son las únicas reglas inquebrantables.

Real Fábrica de Tapices

El azar que se convirtió en destino

Marta recuerda que llegó al textil casi por accidente. Comenzó un módulo en León sin imaginar la magnitud del universo que estaba a punto de descubrir. Poco a poco, los hilos y urdimbres la atraparon, hasta convertirse en vocación y finalmente en profesión. “No sé si lo encontré yo o me encontró a mí”, confiesa durante la entrevista.

Con el tiempo descubrió que no era un camino tan ajeno a su historia personal. Una bisabuela había tenido un telar en casa, un dato que supo mucho después de iniciarse en la profesión. Esa coincidencia parece sellar la idea de que hay oficios que eligen a quienes están llamados a ejercerlos. En su caso, la conexión familiar se transformó en destino.

El salto a la “Meca” del tapiz

Ingresar en la Real Fábrica de Tapices fue, en sus palabras, como pasar de un coche modesto a un Ferrari. El desafío era enorme, pero también la oportunidad de trabajar en una institución legendaria. Fundada en 1721 por Felipe V, tras la pérdida de las manufacturas de Flandes, la Real Fábrica acumula más de tres siglos de historia y prestigio. Desde 1891 ocupa el edificio neomudéjar del barrio de Pacífico, convertido en icono arquitectónico y cultural de Madrid.

Allí, Marta trabaja rodeada de telares históricos y técnicas inalteradas durante siglos. No hay motores eléctricos ni procesos mecánicos: cada paso sigue siendo manual. Cada pieza nace de la destreza y el cuidado de manos expertas que continúan un legado ininterrumpido.

Real Fábrica de Tapices 2

Más que restauración

El imaginario colectivo suele asociar la Real Fábrica únicamente con la restauración de piezas antiguas. Sin embargo, como explica Marta a Baigorri, la institución no solo conserva sino que también crea. Hoy, de hecho, cerca del 70% de los encargos provienen de particulares que buscan piezas nuevas y exclusivas. Tapices y alfombras elaborados con las mismas técnicas que en el siglo XVIII, destinados a casas, palacios o colecciones privadas de todo el mundo.

El proceso es completamente artesanal, desde la preparación del hilo hasta el último nudo. Aquí cobra gran relevancia el departamento de tintes, donde se diseñan tonalidades únicas con pigmentos naturales. Cada hilo se tiñe a medida, lo que garantiza matices irrepetibles en cada obra.

El secreto de los nudos

Las alfombras de la Real Fábrica se sostienen sobre dos técnicas principales: el nudo turco y el nudo español. El primero, que emplea dos hilos por nudo, permite formas más orgánicas y curvas suaves. El segundo, exclusivo de la península ibérica, utiliza un solo hilo, lo que lo hace más lento y exigente, pero también más valioso desde el punto de vista patrimonial.

Los tiempos de producción resultan reveladores: un tapiz avanza apenas seis centímetros al mes, mientras que una alfombra en nudo turco permite un metro cuadrado por semana. En el caso del nudo español, ese mismo metro requiere dos semanas de trabajo. Una cadencia que parece anacrónica en un mundo obsesionado con la inmediatez, pero que define la esencia del oficio: calma, paciencia y perfección.

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El día a día en el taller

El trabajo en la Fábrica se organiza en función de las necesidades de cada proyecto. Algunos días se tiñen hilos, otros se prepara la urdimbre, se seleccionan colores o se dedica la jornada entera al tejido. Marta asegura que disfruta cada etapa, incluso aquellas más técnicas como el “reporteado”, que consiste en definir colores y detalles en una especie de plantilla.

Su anécdota favorita ocurrió el primer día que cruzó el taller. Le entregaron tres canillas de hilo amarillo que parecían idénticas. Pensó que era una broma, hasta que aprendió a distinguir matices imperceptibles para el ojo inexperto. Esa lección resume bien el espíritu del oficio: aquí cada detalle importa.

El peso de la historia

Trabajar en la Real Fábrica significa asumir una gran responsabilidad. Lo que se teje hoy puede estar, dentro de cien años, en un museo o en la sala de una familia que lo conserve como un tesoro. Esa certeza obliga a buscar la excelencia, a no conformarse, a superar los días en los que el trabajo no fluye. En palabras de Marta, es un oficio que exige disciplina y templanza. No hay espacio para la prisa porque cada pieza está llamada a perdurar.

Tradición y futuro entrelazados

La Real Fábrica no es solo memoria. También es presente y futuro. Igual que en el siglo XVIII los cartones de Goya aportaron modernidad a los tapices de su tiempo, hoy la institución busca adaptarse a los gustos actuales. Colabora con artistas contemporáneos, diseña nuevas composiciones y mantiene viva la conversación entre tradición y modernidad.

La llegada de jóvenes artesanas como Marta garantiza la continuidad del oficio. Su convicción es clara: la artesanía seguirá atrayendo a quienes valoran la singularidad y la huella humana. “Toda firma hecha por un humano tiene un valor que nunca se pierde”, afirma con rotundidad.

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Una experiencia que hay que vivir

La invitación final de Marta, recogida por Cristina Baigorri, es clara. Por muchas palabras que se usen, nada sustituye a la experiencia de ver el trabajo en directo. Pasear por la Real Fábrica es presenciar un diálogo entre siglos, un testimonio vivo de cómo la belleza se fabrica con paciencia, respeto y manos expertas.

Quien se acerque descubrirá que aquí no solo se conserva un patrimonio: aquí se teje historia, hilo a hilo, nudo a nudo.

Una institución con pasado ilustrado

El origen de la Real Fábrica se remonta a 1720, cuando Felipe V decide crear una manufactura real inspirada en el modelo francés. Tras la Paz de Utrecht, España había perdido acceso a los tapices flamencos y necesitaba una producción propia que demostrara su capacidad en el terreno del lujo. Los primeros responsables fueron los Vandergoten, una familia flamenca llegada desde Amberes que introdujo técnicas modernas de tejido.

Durante el reinado de Fernando VI, la Fábrica vivió un periodo de esplendor, con la incorporación de pintores italianos y franceses que diseñaban cartones inspirados en escenas mitológicas o costumbristas. La auténtica revolución, sin embargo, llegó con Carlos III y el impulso neoclásico de Anton Raphael Mengs, que abrió la puerta a jóvenes artistas españoles. Entre ellos, un aragonés de nombre Francisco de Goya.

Goya y el nuevo lenguaje de los tapices

En 1775, Goya comenzó a trabajar para la Real Fábrica como pintor de cartones. Sus escenas de caza, meriendas y juegos populares transformaron para siempre la identidad de la institución. Lo que antes era un producto de lujo se convirtió también en un reflejo social. Hasta 1792, cuando la enfermedad lo obligó a abandonar, Goya dejó una huella que todavía hoy define a la Fábrica.

Un edificio singular en Pacífico

El traslado al barrio de Pacífico a finales del siglo XIX dotó a la institución de un espacio emblemático. El edificio neomudéjar diseñado por José Segundo de Lema entre 1881 y 1891 es, por sí mismo, una obra de arte. En 2006 fue declarado Bien de Interés Cultural, consolidando su valor como patrimonio arquitectónico. Sin embargo, la verdadera joya sigue estando dentro: los telares y los artesanos que mantienen viva la tradición.

Una fundación que resiste

Hoy, la Real Fábrica funciona como fundación, con el objetivo de conservar oficios que están desapareciendo. Aquí no se habla de producción industrial, sino de procesos manuales que exigen tiempo, dedicación y conocimiento transmitido de generación en generación. La institución ha sabido superar momentos críticos, como la crisis de 2016 que casi la lleva a la quiebra. Gracias a un nuevo modelo de gestión y a proyectos internacionales, recuperó estabilidad y relevancia.

Actualmente, además de su producción textil, la Fábrica organiza actividades culturales y alquila sus espacios para conciertos y presentaciones. Su gran sala de telares se transforma en escenario donde el arte contemporáneo convive con siglos de historia.

Un símbolo vivo de Madrid

Visitar la Real Fábrica de Tapices es sumergirse en un Madrid que sigue cuidando sus raíces. Es entender que la artesanía no es una reliquia, sino un camino hacia el futuro. La experiencia de Cristina Baigorri con Marta Caldevilla lo demuestra: tradición y modernidad pueden dialogar sin perder autenticidad. La Fábrica es, en definitiva, un recordatorio de que el lujo verdadero sigue dependiendo de la paciencia de un artesano y de la fuerza de un hilo.

Créditos del capítulo:

Editorial: JEZZ Media.

Producción, guión, locución y distribución: Cristina Baigorri Puerto.

Edición de vídeo y audio: David Fernández (instagram: @davidfm55 )

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Invitada: Marta Caldevilla [ @martucalde ]

Grabación realizada en la REAL FÁBRICA DE TAPICES. Gracias a la Institución, al Departamento de Prensa y comunicación por ponérnoslo tan fácil y a Marta por su alegría, tiempo y pacienca.

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