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El Escorial como nunca te lo han contado

Cuando uno pisa el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, no solo recorre sus pasillos, bóvedas y jardines. En realidad, camina entre los pliegues más intensos de la historia de España. Este imponente conjunto, enclavado en plena sierra del Guadarrama, a más de mil metros de altitud, es mucho más que piedra granítica y arte renacentista. Es un símbolo de poder, fe y misterio. Y, por si fuera poco, tiene una carga esotérica que ha hecho correr ríos de tinta desde hace siglos.

El Monasterio, con sus 33.327 metros cuadrados de superficie, fue una de las grandes obsesiones de Felipe II. No es casualidad que esté considerado una de las joyas del Renacimiento y que haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984. Lo que sí es menos conocido es que, bajo su austera apariencia, esconde secretos que han alimentado leyendas, supersticiones y hasta teorías ocultistas.

El Escorial

Un proyecto que nació del alma de un rey

Felipe II no era un rey cualquiera. Era meticuloso, obsesivo y profundamente religioso. Quería levantar un monumento que no solo reflejara su poder, sino que también sirviera de homenaje eterno a su padre, Carlos V, y al mismísimo Dios. Así que mandó construir este complejo que fusionara un monasterio, una basílica, un palacio, un colegio y una biblioteca. Todo en uno. Todo en un mismo edificio. Todo bajo su supervisión directa.

La traza fue obra de Juan Bautista de Toledo, pero quien realmente dejó huella fue Juan de Herrera, el arquitecto que convirtió la idea en piedra. A lo largo de más de 20 años, el Monasterio fue tomando forma y consolidando su papel como símbolo de la Monarquía Hispánica y del espíritu del Siglo de Oro.

Espacios que respiran historia

El Patio de Reyes, flanqueado por estatuas de seis reyes bíblicos, te recibe con solemnidad. Felipe II, hombre de paralelismos, se veía reflejado en Salomón, constructor del Templo de Jerusalén. Ese guiño simbólico marca el tono del recorrido.

La Basílica, con su planta de cruz griega, es otro ejemplo de grandeza. Está hecha completamente de granito y en su altar se encuentran los cenotafios dorados de Carlos V y Felipe II. La Biblioteca, decorada con frescos de Pellegrino Tibaldi, deslumbra no solo por su belleza sino también por su contenido. En ella se custodian volúmenes de todas las ramas del saber, incluidos textos de alquimia y ocultismo que aún hoy generan controversia.

Y luego está el Panteón de Reyes, esa cripta majestuosa bajo el altar mayor donde descansan casi todos los monarcas de la dinastía de los Austrias y los Borbones. Allí, ordenados meticulosamente, los reyes a la izquierda y las reinas a la derecha… aunque solo si fueron madres de herederos. Las demás están en otra sección junto a los infantes. Menos una: Isabel de Borbón, que logró descansar allí por deseo expreso de su esposo.

¿Un monasterio sobre las puertas del infierno?

Sí, has leído bien. Una de las leyendas más persistentes en torno a El Escorial sostiene que fue construido sobre una de las puertas del infierno. El detonante de esta creencia fueron las tormentas eléctricas frecuentes en la zona y las antiguas minas subterráneas que parecían tragarse a quien osara explorarlas. Cuando los emisarios del rey le informaron de los relámpagos que caían sin cesar, Felipe II no dudó: “Ese es el sitio”, dijo.

Y así, lo que empezó como una obra piadosa también se convirtió en una suerte de sello místico, una barrera entre el mundo terrenal y el más allá. La figura de San Lorenzo en la fachada del monasterio refuerza este aura enigmática. Su mirada lateral, su boca cerrada, su postura forzada… según la leyenda, señala el lugar exacto donde un trabajador fue tragado por la montaña junto a un cofre de doblones robado del Monasterio.

El mayor relicario del cristianismo

Uno de los elementos más sorprendentes de El Escorial es su colección de reliquias. Felipe II reunió más de 7.000, muchas con certificados de autenticidad. Hoy se conservan unas 300 consideradas genuinas. Hay de todo: cuerpos completos de santos, cabezas, extremidades, fragmentos de huesos… Un auténtico tesoro espiritual traído de todos los rincones del mundo cristiano.

Esta colección no era solo un símbolo de devoción. También era una declaración de poder. Quien custodiaba a los santos, custodiaba también la fe del Imperio.

La sala de las batallas: propaganda en estado puro

La Sala de las Batallas es otro de esos espacios que reflejan la mentalidad del siglo. En sus muros se pintaron las grandes victorias de los Austrias. No era simplemente un lugar decorativo. Era, más bien, un pasillo de propaganda, por el que pasaban embajadas extranjeras antes de llegar al rey. Un recordatorio visual de la fuerza del Imperio. Y también, claro, una advertencia.

Jardines y naturaleza pensada para el espíritu

Los Jardines del Monasterio combinan la precisión matemática del Renacimiento italiano con la necesidad espiritual de la meditación. Boj perfectamente podado, terrazas escalonadas, huertas y jardines separados por muros. Todo pensado para inspirar serenidad.

Y justo al lado, el Bosque de La Herrería, con casi 500 hectáreas de valor natural, histórico y simbólico. Allí habitan corzos, jabalíes, nutrias y hasta gatos monteses. Y entre sus árboles centenarios y sus rocas graníticas, muchos creen que aún se puede sentir la energía ancestral de un lugar sagrado.

Entre libros prohibidos y reuniones ocultas

La Biblioteca de El Escorial fue también escenario de encuentros poco conocidos. A pesar de ser profundamente católico, Felipe II tenía una mente curiosa. En sus estanterías no solo se albergaban tratados de teología o filosofía clásica. También había textos de alquimia, astrología y saberes esotéricos.

Cuentan que allí se celebraron reuniones de alquimistas y estudiosos del ocultismo, protegidas por el silencio del Monasterio. Felipe no buscaba la piedra filosofal, sino fórmulas para recuperar su salud. Pero el resultado fue una de las bibliotecas más ricas y enigmáticas del continente.

El pudridero: el secreto mejor guardado

Pocas cosas resultan tan macabras como el “pudridero”, la sala donde los cuerpos reales reposan entre 30 y 40 años antes de ser trasladados al Panteón. Solo los frailes agustinos pueden entrar allí. Nadie más. No hay fotos, ni visitas, ni testimonios. Lo que ocurre tras esas puertas permanece envuelto en el más profundo secreto.

Un secreto digno de un lugar que, a pesar de los siglos, sigue despertando asombro, respeto… y algo de temor.

Un lugar para volver una y otra vez

El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial no es un monumento cualquiera. Es un espejo del alma de un país que vivió su momento más glorioso entre guerras, rezos y arte. Es un libro abierto donde se cruzan la historia, la espiritualidad, el poder, la muerte y el misterio. Y sobre todo, es un lugar que nunca se termina de conocer del todo.

Porque cada vez que lo visitas, descubres algo nuevo: una inscripción escondida, un símbolo tallado, una mirada que parecía pasar desapercibida.

Y entonces entiendes por qué Felipe II lo consideró su obra más importante.