Nuestra compañera Cristina Baigorri se adentra en la calle del Pozo con la idea clara de comprobar si la leyenda es cierta. Madrid lleva décadas diciendo que aquí, a solo unos metros de la Puerta del Sol, late un rincón que conserva intacto el sabor del Madrid de siempre. Basta cruzar la esquina para encontrar la puerta estrecha de la Antigua Pastelería del Pozo, un negocio que cumplirá 200 años en 2030 y que todavía hoy atrae a madrileños que buscan dulces auténticos, recetas artesanales y una identidad que no se pierde con el tiempo. Cristina sale convencida de que el mito no exagera.
A partir de ese punto, el protagonismo lo tiene el lugar y su historia. La pastelería más antigua de Madrid mantiene una estructura que sorprende por su fidelidad al pasado: mostradores de mármol, madera oscura, lámparas de gas y una balanza de dos platos que recuerda a los antiguos obradores donde cada detalle se calculaba a mano. Ese ambiente prepara al visitante para entender por qué este negocio forma parte del imaginario colectivo de la ciudad.
Un enclave histórico en pleno centro de Madrid
La Pastelería del Pozo nació en 1830, fundada por dos mujeres sorianas, Luisa y Fernanda, que apostaron por un pequeño obrador en una calle muy unida a una leyenda. Cuentan que durante la Guerra de Sucesión unos soldados arrojaron al pozo de la zona dos espinas de la Corona de Cristo. Desde entonces, el agua se volvió dulce y muchos vecinos aseguraron curarse de sus males tras beberla. La historia dio nombre a la calle y, con el tiempo, al propio negocio.
En los registros municipales consta que aquí funcionaba una tahona desde 1810, incluso antes de que existiera el inmueble actual. Ese dato refuerza lo que cualquiera siente al entrar: este es uno de los pocos lugares donde la gastronomía madrileña mantiene un hilo directo con el siglo XIX.
La pastelería pasó a manos de la familia Leal en 1900 y desde entonces tres generaciones han defendido sus recetas originales. Hoy continúa bajo la dirección de Estrella Leal, heredera del legado familiar.
Un lugar donde el dulce tiene memoria
Una de las cosas que más sorprende de este establecimiento es que sus productos no buscan parecer modernos. No intentan seguir tendencias. Su mayor fuerza está precisamente en su fidelidad a lo artesanal. Muchos clientes cruzan la ciudad solo para comprar hojaldre, bartolillos, cabello de ángel o roscones sin relleno. Mientras el mercado se llena de versiones reinventadas, aquí ganan quienes buscan el sabor de siempre.
El encargado más veterano, Antonio Pérez, resume la filosofía de la casa con una frase que repite con orgullo: “Aquí no bajamos la categoría para ganar más. El producto manda”. Esa idea marca cada decisión y explica el respeto casi reverencial que tienen muchos madrileños por este lugar.
Antonio lleva cerca de medio siglo en el obrador. Ha visto cambiar el barrio, las costumbres y el consumo. Sin embargo, no ha visto cambiar la esencia de la casa. Explica que, aunque hoy exista más preocupación por el azúcar, el dulce sigue teniendo su sitio: “Dicen que un poquito siempre hace falta… que las neuronas lo agradecen”, comenta con humor, una frase que resume bien la filosofía del lugar.
La batalla por preservar los dulces madrileños
En cada recorrido por la vitrina aparecen productos que pertenecen a la identidad de Madrid. Los bartolillos, las palmeras de chocolate, las agujas de ternera, las bayonesas o las empanadas de hojaldre siguen elaborándose con el mismo método desde hace décadas. Antonio reivindica estos sabores porque sabe que algunos están en peligro. “El bartolillo está en decadencia, pero yo creo que hay que levantar lo nuestro”, insiste cuando se habla de dulces tradicionales.
El hojaldre es el producto estrella. Lo mencionan madrileños, críticos gastronómicos y clientes fieles. La clave está en la técnica. Mientras la mayoría de pastelerías usan mantequilla para hacerlo más rápido y económico, aquí se mantiene un proceso mucho más laborioso. “Nosotros lo hacemos con manteca de cerdo y vuelta a vuelta… con mimo y cariño”, explica Antonio. Esa decisión, que podría parecer menor, marca la diferencia. El hojaldre no se rancia, no se pega al paladar, no deja regusto lácteo y funciona tanto en recetas dulces como saladas.
Esa identidad convierte al hojaldre del Pozo en una especie de patrimonio no oficial de la ciudad. Más que un producto, es una señal de reconocimiento entre quienes conocen el Madrid auténtico.
La Navidad, el roscón y el ritmo frenético del obrador
La pastelería vive su momento más intenso durante la Navidad. El volumen de trabajo multiplica cualquier previsión y la organización se vuelve milimétrica. El roscón de Reyes, que aquí se prepara sin relleno y durante todo el año, se convierte en protagonista absoluto. Antonio siempre recuerda lo mismo: sin encargo previo, hay pocas opciones de conseguir un roscón justo en la víspera. “Si no tienes nota, hay un 90% de posibilidades de que no te lleves el que quieres”, comenta mientras relata cómo viven esas jornadas.
La escena en el obrador antes del Día de Reyes forma parte del folclore del local. A las cinco de la mañana, cuando el equipo apenas puede con el cansancio, aparece la tradición más interna: las sopas de ajo. “Ese día estamos hechos una piltrafa, pero las sopas de ajo nos salvan”, dice Antonio, una frase que Cristina anota porque muestra el lado humano que también sostiene esta casa.
Durante esas fechas, además del roscón, las torrijas de bizcocho y el hojaldre vuelan. Es difícil encontrar otro obrador donde las torrijas formen parte de la oferta navideña, pero aquí tienen una razón de ser: funcionan, gustan y ya forman parte de la tradición familiar de muchos clientes.
Un refugio cultural que marcó a varias generaciones
Aunque la pastelería atrae por sus dulces, su dimensión cultural es otra parte fundamental de su historia. Escritores y figuras clave de la vida madrileña se reunieron aquí durante décadas. Entre ellos, Pío Baroja, Gregorio Marañón, Jiménez Díaz o Jacinto Benavente, que incluso venía cada domingo a comer los platos que preparaba doña Luisa, esposa de Julián Leal.
Algunos debates se hicieron legendarios. Antonio recuerda uno que siempre cuenta porque resume el espíritu de la época: un día discutieron si el dulce debía tomarse antes, durante o después de la comida. La anécdota tiene su encanto porque no se trata solo de gastronomía. Habla de tertulias, de convivencia y de un Madrid que disfrutaba conversar con calma.
Un local que resiste fuera del foco turístico
Aunque está junto a Sol, la calle del Pozo está lejos de las rutas habituales. Muchos turistas ni imaginan que a pocos metros existe un establecimiento con dos siglos de historia. Antonio lo resume de forma contundente: “El foco está en Sol y Alcalá”. Aun así, invita a descubrir las calles secundarias, porque esconden joyas como la estatua de Valle-Inclán en Álvarez de Gato o este obrador que mantiene la esencia del barrio.
Esa ubicación casi oculta forma parte del encanto del Pozo. Lo convierte en un lugar que no depende del turismo y que vive gracias a la fidelidad de los madrileños. La tradición se sostiene porque hay vecinos, generaciones completas y familias enteras que vuelven cada año para comprar lo que siempre han comprado.
Un futuro que mira al bicentenario
Con el 2030 a la vuelta de la esquina, el bicentenario se acerca. Antonio confiesa que le gustaría llegar a esa fecha trabajando. Serían cincuenta años en la casa y un capítulo más en la historia del obrador. Quiere estar ahí, aunque todavía no sabe si habrá celebración especial. Lo que sí tiene claro es que mantener la calidad será siempre la prioridad.
La Antigua Pastelería del Pozo no necesita grandes campañas para mantenerse viva. Su fuerza está en su autenticidad, en sus técnicas artesanales y en su manera de entender la tradición madrileña. Es un negocio que no compite por llamar la atención; compite por conservar lo que importa.
Quien cruce la calle del Pozo lo comprobará. Entrar aquí es entrar en un Madrid que no se rinde al paso del tiempo. Un Madrid que sigue creyendo, como dice Antonio, en algo tan simple y tan necesario como esto: “Y viva el dulce”.
Donde esta la Antigua Pastelería del Pozo
- C. del Pozo, 8, Centro, 28012 Madrid
- 915223894
- antiguapasteleriadelpozo.com





